Doña Rosario Ibarra

Luchó por los desaparecidos, por los derechos humanos y la igualdad de mujeres y hombres. Por su disciplina se ganó el respeto de propios y extraños

Doña Rosario Ibarra

El infausto día 16 de abril de 2022, dejó de existir una mujer extraordinaria: Rosario Ibarra de Piedra. Regiomontana de origen. Era un ser humano capaz de trasmitir su dulce carácter y férrea voluntad para encontrar a su hijo arrancado de sus brazos por el gobierno represor de aquella época.

En México luchó intransigentemente por la presentación con vida de los desaparecidos; por los derechos humanos y la igualdad de mujeres y hombres.

Hace ya muchos años le conocí en la Ciudad México. Tuve la fortuna de haberle acompañado en esta justa lucha. A su lado, cumplimos las tareas propias que el movimiento señalaba.

En muchas acciones caminamos juntos. Por su disciplina férrea y apasionada entrega a la lucha social se ganó el respeto de propios y extraños. Era admirada y respetada.

En nuestro país, en el pasado reciente, la persecución y desaparición forzosa, el secuestro y la tortura de los luchadores sociales era una realidad dolorosa. 

Eran tiempos difíciles.

Durante las décadas de los años 70 y 80, el Gobierno mexicano mantenía secuestrados en cárceles clandestinas a cientos de mujeres y hombres por el delito de ser luchadores sociales.

A pesar de la represión como práctica en todos los niveles gubernamentales, muchos de ellos fueron liberados por una intensa lucha popular encabezada por hombres y mujeres probos como Rosario Ibarra. Otros, desgraciadamente murieron en un lugar de nuestra Patria por defender la causa de los explotados y oprimidos.

Ahora, son próceres que un buen día habremos de honrar en el mausoleo de la historia de la revolución proletaria.

En ese entonces, junto con miles de trabajadores de la educación formaba parte del movimiento democrático magisterial. Al mismo tiempo, militaba con mucho orgullo en el Partido Revolucionario de los Trabajadores -PRT-. Allí conocí a esa valentísima mujer que afanosa buscaba a su hijo Jesús Piedra, a quien el Gobierno había desaparecido al igual que a decenas de mujeres y hombres que luchaban por sus ideales revolucionarios.

En Sonora, éramos un puñado de hombres y mujeres que nos ligamos a todas las luchas populares. Siendo muy jóvenes, abrazamos las causas nobles. Allí aprendimos a querernos y respetarnos como hermanos. Supimos que era la fraternidad.

Éramos guerreros desprovistos de toda ambición. Algunos, en silencio, habíamos abrevado en el conocimiento científico y la teoría revolucionaria. Devoramos libros que estaban prohibidos en México. En algunos lugares del mundo habían sido quemados por insensatos gobiernos totalitarios. Estudiábamos en círculos de pequeños grupos de maestros, estudiantes, obreros y campesinos; interveníamos, como podíamos, en las fábricas, en el campo y en los centros de trabajo.  Algunos incluso, por el temor fundado de ser cesados en sus trabajos, se cobijaban en la clandestinidad y adoptaban seudónimos que hoy portan aquellos falsos nombres en sus espaldas cansadas por la pátina otoñal del tiempo.

En el movimiento insurgente teníamos relaciones fraternas con todo tipo de insurrectos. Inclusive, algunos de ellos eran miembros de la guerrilla.

Ahora, en memoria de Rosario Ibarra, lo puedo contar y hacer público. En mi casa, estuvieron escondidos tres guerrilleros. Uno de ellos fue asesinado en la Ciudad de México; otro, está desaparecido y el tercero, es maestro jubilado y vive en una comunidad indígena de Sonora.

Por eso, vi y viví la lucha cotidiana, consecuente y permanente de Rosario Ibarra de Piedra que encabezaba a las madres y familiares de los desaparecidos.

Esa justa lucha no era ajena a un puñado de jóvenes de todas las corrientes políticas de la izquierda revolucionaria que fraternizábamos y nos respetábamos mutuamente. Eran más grandes las coincidencias que las diferencias.

Algunos de sus dirigentes, cabíamos en una combi de color azul donde viajamos junto con Rosario Ibarra por todo el sur del estado de Sonora.

Ahora, al evocar estas gestas, con una profunda emoción recuerdo los rostros de maestras y maestros democráticos; de alumnos y padres de familia; de vecinos y amigos que iban a los eventos públicos que organizábamos para impulsar la lucha por ideas de justicia social. Uno de ellos era el Tavito, hijo de un maestro democrático. Adoraba a Rosario al igual que mis hijos.

Lamentablemente, siendo muy joven, un accidente automovilístico le arrancó la vida y sus sueños. Seguro estoy, que imaginaba una patria justa y generosa donde las mujeres y los hombres fuésemos iguales.

En la lucha cotidiana conocí a esa valentísima y extraordinaria mujer. Sin vacilaciones la seguimos muchos convencidos de que las ideas de libertad, fraternidad e igualdad son y serán por siempre las que saldrán victoriosas.  No importan los tiempos y regímenes políticos que simulan que vivimos en un mundo maravilloso.

Rosario era de figura menudita pero grande de corazón y pensamiento. Inspiraba amor maternal y al mismo tiempo, amor fraterno. Era compañera, amiga y camarada; dirigente y jefa de los familiares de los desaparecidos en nuestro país lacerado por la desigual social. Doña Rosario tenía una autoridad moral y un recio carácter. Jesús, su hijo desaparecido, seguramente heredó estos dones.

Ella fue la mujer que seguimos y acompañamos primero, en su justa lucha por la presentación con vida y liberación inmediata de cientos de los desaparecidos. Después, como candidata a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario de los Trabajadores y de otras organizaciones revolucionarias.

Esa era su lucha. No sólo exigía la libertad de su hijo Jesús Piedra Ibarra, si no la de todos aquellos que por diversas causas eran presos políticos que sobrevivían en las mazmorras y cárceles clandestinas donde se vivía en la barbarie del estado opresor.

En el movimiento que dirigía conoció de cerca a las y los militantes de las diversas expresiones de la izquierda mexicana, a líderes sindicales, obreros, campesinos y populares que nutrían los sindicatos y organizaciones que luchaban hombro con hombro por transformar a la nuestra patria sometida. 

En esa y otras luchas contó siempre conmigo, con mi familia, con mis amigos personales y compañeros que simpatizaban con el movimiento democrático y en la búsqueda incesante de la justicia social.

Aquella mujer pequeñita de estatura y grande de pensamiento, era una extraordinaria oradora que se forjó en la lucha política por la libertad y justicia social. Encendía la pradera.

Un buen día, saltó de la cocina de su casa a la lucha popular. Nunca había levantado la voz y el puño endurecido hasta que de pronto se vio en la calle levantando el brazo izquierdo para gritar con fuerza las palabras que suenan en mi conciencia: ¡presos políticos, libertad!

Allí en la calle, en el plantón, en la huelga de hambre y en el mitin, Rosario era una figura inconmensurable.

Tuve la fortuna de estar cerca con ella y con decenas de familiares de los desaparecidos. Asimismo, conocer las historias trágicas y anécdotas contadas de boca en boca por algunas de las víctimas y sus seres queridos. Por igual, participé en la lucha que dimos los trabajadores democráticos de la educación por la presentación con vida del compañero Ezequiel Reyes Carrillo, dirigente magisterial del Estado de México, secuestrado durante 145 días por el gobierno. Mediante una intensa movilización de miles de maestros y padres de familia logramos su liberación y presentación con vida.

Esa era la escuela donde Rosario, durante muchos años, fue la Rectora indiscutible. Su ejemplo y valor influenciaba a todos.

En la lucha popular la conocimos de cerca. Después, la seguimos incondicionalmente como candidata a la presidencia de la República postulada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y otras fuerzas políticas. La campaña fue una excelente plataforma para difundir las demandas de liberación de los presos políticos; libertad de expresión; aumento salarial y democracia sindical; afectación al latifundio y entrega de tierras a los campesinos; y, respeto absoluto a la lucha de las mujeres y los indígenas de México.

Rosario fue la fuente de inspiración en nuestra época llena de vicisitudes, amenazas, persecuciones y muerte.

También, lo fueron en otros tiempos hombres valerosos como Demetrio Vallejo, Valentín Campa y Misael Núñez Acosta, en la lucha sindical; Cuauhtémoc Cárdenas, Heberto Castillo y Manuel Clouthier en la lucha política.

Rosario era en su trato, fina y educada. Así la conocí junto con muchos camaradas en mi humilde casa enclavada en la colonia Sochiloa en Ciudad Obregón, Sonora. Allí saboreó los guisos de Carmen, mi compañera, a quien profesaba amistad.

Rosario, como cariñosamente le llamábamos, era una fina y dulce persona. Inspiraba confianza y respeto.

En este día, en el que se recuerda de su partida, todos, propios y extraños, damos fe y testimonio de su justa lucha. Se fue de este mundo que poco a poco se escurre de las manos del ser humano por la arrogancia y el abuso de los poderosos que tienen hambre y sed del oro, que lo usan como metal para conquistar y destruir sin misericordia lo único que es nuestro: el planeta.

Finalmente, por fin, un día 16 de abril, Rosario Ibarra encontró en el infinito a su hijo Jesús.

Allá en el inframundo caminan tomados de la mano junto con los desaparecidos que lucharon por la Patria que soñaron.

Quienes combatimos contigo, firmes seguiremos luchando con la bandera de los de abajo hasta conquistar la victoria o perder la vida.

Ciudad Obregón, Sonora. 16 de abril de 2025.