Una niña de origen Toscano, en el siglo XIII, estuvo destinada a dejar una huella en la religión, Santa Inés de Montepulciano, la cual tuvo una vida marcada por la espiritualidad y, según relatos, experiencias místicas que hasta hoy en día inspiran a los fieles creyentes.
Inés nació aproximadamente en 1270 en una familia muy bien acomodada de Graciano, cerca de Orvieto. La dedicación religiosa la mostró desde muy temprana edad, ya que logró obtener permiso de su familia para vestir el humilde hábito de las monjas de Montepulciano con tan solo 9 años, las cuales eran muy conocidas por su austeridad.
Su determinación era tal que, a los 15 años, junto a su mentora Margarita, fundó un monasterio en Proceno, a más de 100 km de su hogar. El obispo, al ver la madurez espiritual que tenía, decidió promoverla a abadesa, cargo que desempeñó por 16 años.
INÉS LUCHÓ POR LA AUTONOMÍA
Durante su liderazgo, Inés viajó dos veces a Roma. La primera, por caridad; la segunda, para asegurar la protección de su monasterio ante posibles usurpaciones.
En 1306, fundó otro monasterio, Santa María Novella, con el objetivo de guiar espiritualmente a los jóvenes. Según el relato de diversas personas, Inés tuvo visiones de santos como Agustín, Domingo y Francisco; en esas visiones le confirmaban que estaba por buen camino en cuanto a su misión.
Las monjas a su cargo, mencionaban haber presenciado fenómenos sobrenaturales. Que, en palabras de ellas, Inés entraba en éxtasis y, en ocasiones, su cuerpo se elevaba del suelo, más no hay pruebas de ello.
Al ver que su fama iba creciendo y que, cada vez más personas conocían de su dedicación y fe, las monjas de Montepulciano pidieron que regresara a establecer un nuevo monasterio.
Aunque inicialmente rogó quedarse en Proceno, donde vivió 22 años más, un sueño divino la guio de vuelta a su tierra natal. En 1298 fundó una capilla dedicada a la Virgen María cerca de Montepulciano, con ayuda del papa y de los dominicos.
SU LEGADO Y CANONIZACIÓN
Santa Inés gobernó su comunidad hasta su muerte, dejando un modelo de vida contemplativa y servicio. Fue canonizada en 1726, y su historia sigue siendo un testimonio de fe, resiliencia y conexión con lo divino.