Uno regresa de donde andaba (así cantó una vez Lorenzo de Monteclaro) y parecería que en lo general las cosas o los hechos de carácter público siguen igual que siempre. En el orden político, por ejemplo, dan ganas de suponer que la actividad respectiva se ha suspendido hasta mejor ocasión, al parecer con muchos ánimos de que las cosas vuelvan a ser un poco como antes. De este modo, en un contexto como el de este país, a nadie le van a contar lo que significa la existencia de un partido político dominante en todo el orden existencial.
En este transcurrir de hechos sin que transcurran, las Cámaras legislativas, por ejemplo, están exactamente igual que antes, es decir, funcionando bajo el mismo esquema que operó en su ámbito por tantos y tantos años. Allí, como en todos los demás aspectos, la oposición se ha venido achicando peligrosa y lastimosamente. Antes la corriente opositora solía tener entre sus filas a personajes que no dejaban de levantar la voz una y otra vez, y en ocasiones hasta sin que viniera al caso. Hoy parecería que tales voceros o adalides decidieron tomar unas largas y escurridizas vacaciones, mientras son peras o son manzanas, lo que en una filosofía de barriada debe significar algo así como dejar que el mundo ruede, con el clásico y elegante añadido de “ai” se la echan.
No llegará uno al irresponsable extremo de afirmar que debe ser muy fácil militar en la oposición. Pero sí debe ser posible preguntarse, por qué el PRI y el PAN andan o están con notoria y ruinosa o descolorida capa caída. Por lo mismo: porque no ha ser cualquier cosa oponerse de manera sistemática a una poderosa fuerza hoy dominante como la significada por Morena y sus partidos aliados. Pero las formaciones opositoras algo tendrán que hacer, porque no pueden permanecer eternamente jugando a que cuestionan o no un tanto nada más, pero sin atreverse frontalmente a llegar más lejos.
Las premisas anteriores no tienen mayor novedad conceptual o práctica. La pregunta, en todo caso, sería por qué priístas y panistas no denotan que estén haciendo algo serio o directo para remontar una situación como la descrita. No se puede perder de vista del todo la certeza irrebatible de que unos y otros son hoy por hoy una corriente opositora obligada a tener que dar mucho de sí. Aunque quizá habría que fijarse en el significado del término opositores para saber si fue utilizado en estos renglones con la pertinente corrección.
Sin embargo, “haiga sido como haiga sido” (no hay duda de que en ocasiones la elegancia verbal lo toma a uno por su cuenta), lo que parecería es que priístas y panistas no están haciendo mucho (por lo menos públicamente) por realzar el sentido de su oferta política, o lo que pudiera entenderse de esta definición. En términos futbolísticos se diría que están lejos del balón con que se hacen los goles, más allá de algunos lances legislativos meritorios y que no es posible regateárselos, lo que por supuesto no sería justo bajo ninguna circunstancia.
Pero no basta con eso, porque se trata de acciones propias del ámbito legislativo. Y aquí lo que se está tratando de hacer es hablar de partidos políticos que, más allá de su quehacer en las Cámaras, deben ejercer, por fuerza y necesidad, muchísimas tareas más que tendrían que ver con la militancia y con actividades en los estados y municipios del país. Después de las más recientes elecciones, poco o nada se sabe de partidos como el blanquiazul y el tricolor. Sucede lo mismo con los demás partidos existentes, con la obvia y contundente excepción de Morena, en lo que son hechos que ciertamente no están a discusión.
El problema es que posiblemente no resulte muy válido plantear comparaciones como las anteriores. PRI y PAN fueron partidos señeros o estelares en el ambiente político del país. Los demás nunca estuvieron a su nivel. El PRI resultó prácticamente hablando un partido generacional en la historia de este país. El PAN no llegó a tanto, pero tampoco podrá olvidarse su permanente y siempre necesaria condición opositora. Hasta que los tiempos pusieron fuera de la jugada a esos dos renombrados partidos políticos.
No está claro si volverán a ostentar el renombre perdido. Se ve difícil, dicho sea, con franqueza, por más que suela reconocerse que la historia no es más que una caja de sorpresas que ocurren cuando precisamente menos se les espera. Pero aquí, dicho sea, a manera de síntesis, no se trata de las palabras o las esperanzas que puedan decir o esperar los interesados en la materia. La política real, como se sabe, es mucho más difícil y tortuosa que esa cómoda actitud.
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