Hoy, 13 de mayo, la Iglesia Católica universal celebra con fervor la festividad de la Virgen de Fátima, recordando su aparición a tres humildes pastorcillos en Portugal en 1917. Pero esta fecha tiene un significado particular al evocar el dramático atentado que sufrió el Papa Juan Pablo II en 1981, un evento que él mismo atribuyó a una intervención divina y que dio paso a una de las más conmovedoras historias de perdón del siglo XX.
Hace exactamente 44 años, a las 17:17 horas del 13 de mayo de 1981, la Plaza de San Pedro se convirtió en escenario de un intento de magnicidio. Mientras Juan Pablo II recorría la multitud en el Papamóvil durante la audiencia general, el terrorista turco Mehmet Ali Agca abrió fuego.

El Pontífice fue alcanzado por cuatro balas, y dos de ellas rozaron órganos vitales, lo que no dudaría en calificar como un milagro.
En el Policlínico Gemelli de Roma, los médicos describieron la trayectoria errática de las balas como inexplicable desde una perspectiva puramente científica.
Uno de los proyectiles, según detalló el jefe del equipo quirúrgico, Francesco Crucitti, "entró a la altura del ombligo, por el lado izquierdo, perforó el colón y el intestino delgado en cinco lugares, pero cambió su trayectoria frente a la aorta central", evitando así una consecuencia fatal.
El Papa, tras una cirugía de más de seis horas y una ingente pérdida de sangre, atribuyó su supervivencia a "una mano materna", la de la Virgen de Fátima, en cuya festividad ocurría el ataque. Como símbolo de esta convicción, una de las balas extraídas de su cuerpo fue posteriormente incrustada en la corona de la imagen de la Virgen en su santuario en Fátima, Portugal.
UN PERDÓN HISTÓRICO
El día del atentado, Agca aprovechó un momento en que el Papa devolvía a una niña a sus padres para disparar. Fue rápidamente atrapado, en parte gracias a la valiente intervención de dos religiosas que se encontraban cerca.
La respuesta de Juan Pablo II desde su lecho de convalecencia asombró al mundo: apenas dos días después, pidió públicamente "rezar por mi hermano Agca, al que he perdonado sinceramente".
El atacante fue condenado a cadena perpetua por la justicia italiana. Sin embargo, el gesto de perdón del Papa fue más significativo el 27 de diciembre de 1983, cuando visitó a Agca en la prisión de Rebibbia, en Roma.

Su conversación privada duró 20 minutos, misma que permanece en el misterio, pero las palabras de Juan Pablo II tras el encuentro resonaron con fuerza: "Todos necesitamos ser perdonados por otros, entonces todos debemos estar listos para perdonar. Pedir y dar perdón es algo de lo que cada uno de nosotros merecemos profundamente".
A instancias del propio Pontífice, Agca fue indultado por el presidente italiano Carlo Azeglio Ciampi en el año 2000, tras casi 19 años de reclusión por el atentado. Fue entonces extraditado a Turquía para cumplir condenas pendientes por otros delitos, siendo finalmente liberado en enero de 2010.

ARREPENTIMIENTO DEL ATACANTE
Con el tiempo, Mehmet Ali Agca expresó signos de arrepentimiento. En 2005, durante la enfermedad terminal del Papa, se supo que rezaba por su recuperación. Tras el fallecimiento de Juan Pablo II, Agca manifestó su luto, refiriéndose al Pontífice como su "hermano espiritual" y uniéndose "al duelo de mi pueblo cristiano católico". Años más tarde, ya en libertad, viajó al Vaticano, donde depositó rosas blancas en la tumba de Juan Pablo II y fue visto visiblemente emocionado en la Plaza de San Pedro, cerca del lugar donde intentó acabar con su vida.

LA PROFECÍA DE LA VIRGEN DE FÁTIMA Y EL ATENTADO AL PAPA JUAN PABLO II
El 13 de mayo de 1917, en Fátima, Portugal, tres niños —Francisco, Jacinta y Lucía— presenciaron una aparición de la Virgen de Fátima, quien les reveló tres secretos proféticos que marcarían el futuro de la humanidad. Entre estas revelaciones, la Virgen hizo una inquietante predicción relacionada con el Papa.
Según los escritos de Lucía, la Virgen advirtió que el mundo enfrentaría "graves persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre", y que una figura eclesiástica sería atacada en un futuro cercano. Esta profecía, que muchos interpretaron como una alusión al Papa, se concretó de manera dramática el 13 de mayo de 1981, cuando el Papa Juan Pablo II fue atacado a tiros en la Plaza de San Pedro.
El Papa sobrevivió milagrosamente al atentado, lo que él mismo atribuyó a la intervención divina de la Virgen de Fátima. En un acto simbólico, Juan Pablo II colocó una de las balas que casi le quita la vida en la corona de la Virgen de Fátima, como agradecimiento por su protección.
