Una historia de amor Allá en la fuente había un chorrito (Primera parte)

A Francisco le gustaba Rosita desde que eran niños, aunque tuvo que pasar mucho tiempo para que le declarara su amor. Él se llevaba pensando en ella, pero sentía que por ser pobre y ella de familia acomodada nunca le haría caso.


Vivían en el mismo barrio a un lado de la plaza central de Cócorit, eran los años sesenta. Jugaban juntos cada que se podía, sin ningún otro afán que el de divertirse; gozaban las tardes de verano, guayabas en mano, y hacían fogatas las noches de invierno, junto a los demás niños. Luego fueron jovencitos y a él le seguía gustando la Rosita. Ver junto a ella la parvada de cuervillos que levantaban el vuelo al unísono en la plaza, era uno de los momentos más entrañables para Francisco. Siempre caminaban juntos por ahí, platicando de cosas de la vida y comiendo dulces y empanadas.



Esos días bonitos terminaron cuando Rosita le dijo se iría a estudiar a la Normal de México para ser maestra. Él se quiso morir, pues sabía que su “novia”, como él la pensaba, iba conocer a alguien y se olvidaría y lo olvidaría. Francisco y Rosita se despidieron una tarde y ella partió a la Ciudad de México por la noche.



A pesar de que se sentía triste, Francisco pensó que era momento de ponerse a trabajar y consiguió un empleo de chofer de un camión urbano, de su padrino, y eso estuvo haciendo por años.



Una mañana, cuando iniciaba su ruta, le hicieron la parada en una esquina de la plaza. Era un grupo de personas y se detuvo. Subieron varios y, al final, subió Rosita. Al verla sintió una emoción enorme al grado que sentía que el corazón le iba a estallar. La saludó con gusto y siguió su marcha. Rosita, al bajar, se despidió de Francisco y le dijo que la podría ir a visitar cuando quisiera, que ya estaba de regreso.



Esa invitación le plantó una sonrisa en el rostro a Francisco, que le duró por mucho tiempo. La hora de salida del trabajo se le hizo eterna, pero en cuanto salió corrió a su casa, se dio un baño y junto unas flores para llevárselas.



Ella lo recibió con agrado, y lo primero que le dijo al verlo fue: tú vas a ser mi primer alumno; yo te voy a enseñar a leer y a escribir. La idea no le pareció mal a Francisco, aunque lo que él quería era casarse con Rosita. De clase en clase, de tarde en tarde, y tras muchos recuerdos juntos, ella también se enamoró y se casaron en la iglesia del pueblo.



Saber leer y escribir le permitió a Francisco aspirar a un mejor empleo, y así fue. Con empeño y dedicación y, claro, con la ayuda de su Rosita, fue superándose cada día más, hasta que dejó de ser pobre y se hizo de unas tierras, una camioneta nuevona, una casa con corral, y ciertos lujos para los dos.



Rosita era maestra en la escuela Cámara Junior, y era una mujer muy querida por todos. Además de ser una excelente cocinera, era muy buena compañía. Estaban felices. A la vuelta de los años, Rosita y Francisco tuvieron cuatro hijos. Dos mujeres y dos hombres, a los que su padre heredó en vida…