En pleno siglo 21, cuando se supone que hay avances extraordinarios en medicina y la tecnología en general, un virus está causando prácticamente la parálisis de la sociedad, en México y en el mundo.
Muchos hemos tomado con humor todo el suceso alrededor del llamado coronavirus, pero eso suena a irresponsabilidad pues se trata de algo que, de seguro, cambiará en mucho las formas de vida en el planeta.
Hasta las maneras de saludar, nos dicen, se han vuelto insalubres y cualquier reunión con más de 10 personas ahora va a sonar tan prohibido como una orgía.
Aunque pareciera irrisorio pero eso del cierre de escuelas, cines, antros, bares, gimnasios y casinos y quizá hasta los templos para evitar la acumulación de personas debe llamar a la reflexión porque ni siquiera en los tiempos de guerra se han visto, comentan, estas extremas restricciones.
Otros más aventurados alcanzan a escribir que todo este proceso infeccioso fue ideado por China para apoderarse de los controles del mundo financiero.
¿Hay que temerle a este virus? Por supuesto. Pero ante todo hay que temerle más a reacciones como las de miles de vecinos que acudieron, con poder económico, a vaciar los supermercados, mientras que quienes viven “al día”, como luego se dice, cuando puedan ir a hacer sus compras solamente encontrarán alimentos poco saludables.
En Sonora ayer se dio a conocer el primer caso de una persona enferma con este mal y de inmediato, en buena hora, se aceleraron las medidas precautorias que desde días antes se habían puesto en práctica.
Cumplir con todos los protocolos en las calles, los edificios o las viviendas, a fin de evitar el contagio de las personas, es una prioridad, por supuesto, sin que ello reste esa movilidad necesaria para mantener la dinámica económica y social de las familias.
Tampoco es cuestión de perder el contacto con nuestra u otras familias sino todo lo contrario. Ojalá este espacio que las autoridades han decretado para estar en casa debe ser usado para las relaciones entre padres, hijos, hermanos y otros familiares.
Espacios de convivencia se han perdido y deben recuperarse con todas las medidas sanitarias sugeridas de por medio y evitar que la “comunicación” sea solamente con los teléfonos celulares y otros aparatos electrónicos que nos distraen en el buen trato al interior del hogar.
No sea que le pase, como recuerdo alguna madre le advirtió a su hija, que algún virus de la computadora le contagie.
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