Digamos que esas jornadas por la paz ya están dando tantos resultados que aquí ni siquiera a las moscas se matan, mucho menos a seres humanos.
Podemos aceptar que “en algunos sistemas filosóficos, entelequia puede denotar una fuerza que tiende a la propia realización de las cosas y no al estado final perseguido”, según Aristóteles.
Pero fuera de los términos filosóficos, una entelequia es ficción, es irrealidad. Es vivir tres o seis años en una burbuja rosa, alejados de lo cotidiano, de lo real.
Y así estamos viviendo. En las fantasías de quienes dan por hecho que con su sola voz los problemas se acaban, como por decreto.
Y que se pueden enorgullecer de “ganar” premios cuyos mecanismos, se sabe, no son de los más honestos.
Pero quienes los reciben se han profundizado en el lavado cerebral a tal grado que se creen sus propias invenciones.
Como aquel que recibió “La escoba de plata” mientras la ciudad estaba más sucia que los basureros mismos.
Así de inverosímiles las razones para otorgar esas “distinciones” a ciudades que hacia afuera proyectan una imagen y al interior viven otra versión, muy distante, por cierto.
Porque una cosa es darle en el papel todos los pormenores de un programa a los integrantes de un jurado y otra, muy distinta, que la terca realidad te diga que esas jornadas por la paz solamente han sido de lucimiento político porque, a como se ve, ninguna consecuencia positiva han tenido.
O cómo explicar la aceptación de galardones solamente porque en términos “pedagógicos” cumple con las metas de una estrategia, pero en los hechos se desploma porque Cajeme y Sonora viven los meses más violentos.
Todos los días se vive aquí algo distinto a la paz, con más o menos 397 crímenes en el año y unos 16 tan solo en diciembre.
Si a eso se le llama paz, entonces qué nivel de desfachatez a la hora de ser “distinguidos” con premios de tan poca monta.
“Acciones coordinadas y articuladas”, hay, dicen, con la sociedad, pero en la práctica solamente se han acercado a los dirigentes empresariales, de las iglesias, de las escuelas, obreros o campesinos, pero ahí en la base, en la calle, en donde viven los que día a día salen de sus casas con temor a no regresar por alguna bala perdida, nadie ha ido.
Una cosa es la foto para la imagen y otra es tratar de convertir en oro todo lo que brille.
Le ha sido difícil a algunos gobiernos comunicar. Ellos creen que esa acción significa repartir dinero y comunicados a diestra y siniestra, aunque la mayoría de los emisarios de mensajes carezcan de credibilidad.
Una cosa es comunicar y otra muy distinta querer tapar el sol con un dedo.
Ojalá y aprendan pronto porque de hecho ya se les fue año y medio. Y el tiempo perdido, dicen por ahí, jamás se recupera.
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