Su vida, marcada por la dificultad y los desafíos, no pasó desapercibida, y el Papa Pío IX lo beatificó el 3 de octubre de 1872
Por: Ofelia Fierros
Este martes 8 de julio, el santoral de la Iglesia Católica conmemora la vida del Beato Eugenio III, un monje cisterciense que, después de ser elegido Papa en 1145, desempeñó un papel fundamental en una época de profundas tensiones políticas y religiosas, promoviendo reformas en medio de intensos conflictos.
LA VIDA DEL BEATO EUGENIO
Eugenio III nació como Pietro Paganelli en 1088, en la localidad de Montemagno, entre Lucca y Pisa, Italia. Su vida religiosa comenzó en la catedral de Pisa, donde trabajó como canónigo y funcionario en la curia eclesiástica.
Sin embargo, fue su encuentro con San Bernardo de Claraval en 1135 lo que marcó un giro decisivo en su vida. Después de ingresar a la orden cisterciense en Clairvaux, fue profesado como monje por el propio San Bernardo. Su dedicación a la vida monástica le permitió crecer rápidamente dentro de la orden, siendo nombrado abad del monasterio de San Atanasio en Roma, conocido entonces como Tre Fontane.
El 15 de febrero de 1145, y de manera sorpresiva, Pietro fue elegido Papa por el clero romano, tomando el nombre de Eugenio III. Su elección no fue sencilla, ya que al rechazar la autoridad del Senado romano y de Arnoldo de Brescia, se desató un conflicto político y social que lo obligó a huir de Roma. Su consagración papal tuvo que realizarse en secreto, el 18 de febrero, en la abadía de Farfa.
Desde su elección, el pontificado de Eugenio III estuvo marcado por la oposición interna y las luchas por el poder en Roma. Después de su huida, se trasladó a Viterbo, aunque logró regresar a la ciudad bajo una tregua. Sin embargo, los opositores rompieron rápidamente dicho acuerdo, saqueando iglesias y transformando la basílica de San Pedro en un arsenal. El Papa, ante la creciente violencia, decidió exiliarse en Francia en 1147, tras ser invitado por el rey Luis VII.
En suelo francés, Eugenio III proclamó la Segunda Cruzada, un esfuerzo que, a pesar de la prédica entusiasta de San Bernardo, terminó en un rotundo fracaso. A pesar de este revés, Eugenio no se rindió en su lucha por la reforma eclesiástica. Durante su pontificado, presidió varios sínodos importantes, como los de París, Tréveris y Reims en 1148, donde condenó a Gilberto de la Porrée y excomulgó a Arnoldo de Brescia, uno de sus principales opositores.
En 1153, Eugenio III firmó el Tratado de Constanza con el emperador Federico I, asegurando los derechos de la Iglesia y estabilizando, en parte, la relación entre la Iglesia y el Imperio. A lo largo de su pontificado, promovió la reforma del clero, luchó contra el maniqueísmo y trabajó por la unidad con las iglesias orientales, un esfuerzo significativo para la Iglesia en ese momento de divisiones.
El Beato Eugenio III falleció el 8 de julio de 1153 en Tivoli, dejando un legado de lucha por la fe y la unidad de la Iglesia. Su vida, marcada por la dificultad y los desafíos, no pasó desapercibida, y el Papa Pío IX lo beatificó el 3 de octubre de 1872.
En este día, recordamos al Beato Eugenio III como un líder valiente, reformista y defensor de la Iglesia en tiempos de gran agitación política y religiosa. Su ejemplo de fe, sacrificio y dedicación perdura a través de los siglos, inspirando a la Iglesia y a los fieles en todo el mundo.