Por: Eduardo Sánchez
Se maximizaron las estadísticas provenientes de un virus y se quiso opacar el número rojo de los encontronazos entre los grupos de la delincuencia organizada.
Si para el coronavirus no se ha encontrado una vacuna, para la violencia el antídoto llamado “estrategia de inteligencia”, de la cual presumen mucho en los discursos, tampoco ha tenido efectividad.
Es más, la gran mayoría de los ciudadanos tienen la idea de que son los mañosos los que han encontrado la cura para sus problemas de trasiego con una vacuna que han aplicado pródigamente a corporaciones policiacas y funcionarios de todos los niveles: el dinero.
Cómo estarán esas inyecciones que algunos desleales servidores públicos han preferido correr de las instituciones de seguridad a quienes pudieran estorbar el libre flujo de sus vitaminas verdes, comúnmente llamados dólares.
El clamor de los ciudadanos ante sus muertos o desaparecidos sigue en aumento. Tiene años que en este renglón la curva ascendente no ha podido ser aplanada a pesar de promesas de campaña o discursos melosos de abrazos y besos.
Se niegan a reconocer el fracaso, pero regresan a los militares a la calle, supuestamente para combatir la delincuencia organizada, y olvidan que mientras el poderoso caballero siga cabalgando en mayor medida que los estímulos gubernamentales hacia sus policías y soldados, la triste historia de este país será la del campo de batalla en el cual las trincheras están repletas del lodo de la corrupción.
¿Hay compromisos con los delincuentes? ¿En verdad están limpios de pecado quienes deberían ya haber aprendido a aplanar la curva de la violencia?
La población espera que en vez de minimizar que los últimos meses, sobre todo marzo, han sido de los más violentos en la historia del país, se diseñe un plan que vaya más allá de la formación de una exigua Guardia Nacional para combatir a los malos.
Es posible que uno o dos años, es más los seis del actual gobierno, sean poco tiempo para sacar toda la podredumbre de las corporaciones policiacas y mandos militares, pero por lo menos que no se presuman cifras poco apegadas a la realidad.
Para reconocer la enfermedad, como los alcohólicos, primero hay que reconocerla. Y eso no se va a lograr con solamente espetar ante cada pregunta: “Tengo otros datos”.
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