Por: Eduardo Sánchez
El día de hoy decidí salir al campo, no es que quisiera escapar de la gente de esta ciudad polvorienta; ni de los baches, ni de las notas rojas, ni de los cobradores, ni del calor que ya se deja sentir, ni de las paredes rayadas por los neo ciudadanos que no saben proponer nada más que rayar sus insulsos apodos, ni de los miles de anuncios en la radio y televisión que hablan de comprar para sentirte vivo, no. Lo que quería realmente era huir de mis pensamientos obtusos que me llegan a cansar y que me hacen olvidar de la sublime experiencia que es estar vivo y con salud. De pensar siempre en cosas del ayer o cosas del mañana dejando de lado el presente maravilloso que esta ante nosotros en cada respiro. Esa fue mi idea, reiniciar esta cabeza dura y respirar los vientos de libertad que soplan alrededor, y así lo hice, me fui al campo.Y como deben saber, no es difícil encontrar algún bello paraje en las cercanías de la ciudad; tan solo caminas unos cuantos kilómetros y ya estás dentro de un espacio verde y soleado. Miro hacia el oriente y están los ahora azules cerros, al poniente, el atardecer del verano se muestra majestuoso y melancólico a la vez, haciendo que las nubes de color melón cobijen al sol que está por emprender la retirada en un día más de intenso trabajo por las tierras del Yaqui.
Hacia el norte, las cordilleras de la sierra del Bacatete que evocan el paso del Padre Kino rumbo a sus misiones y, dejando divagar un poco la mente, hasta es posible ver la caravana de hombres ilustres que llevan como objetivo fundar centros de adoración de su dios.
Del mismo modo, aparecen en el firmamento miles de pájaros; cenzontles, golondrinas, petirrojos y algunos otros que llegan de nuevo a sus hogares, saludando con ahínco y alegría a sus vecinos de nido, bueno, al menos esa impresión me da, de que llegan contentos saludando a quien vive.
Las vacas no cejan de pastar y aún con sus panzas rebosantes siguen empacando alfalfa o lo que se pueda, hay mucho verdor y quizá no piensan en el mañana, lo quieren todo ahora. El viento sopla suave y tibio. Los grillos afinan sus instrumentos en su eterno cri cri. Las lagartijas se dan vuelo comiendo los insectos que la poca humedad dejó en la llanura. Todo parece pintar como un cuadro de Velásquez o de alguno de esos coloridos impresionistas. Todo pasa y no pasa nada, el tiempo camina lento aun cuando pase veloz una liebre; el tiempo parece pasar más lento como queriéndose detener. Nada es para otro día, el infinito se condensa quieto en una sola visión. Es un día más para mí, y para este lugar en el universo y sus habitantes, que para ellos éste día parece ser el único y el más importante de todos.
Por un lado corre un riachuelo. El agua es dulce y refrescante. Mi mano sirve como vasija y bebo queriendo olvidar. Me dejo llevar por la pequeña corriente que arrastra plumas de aves, hojas secas y algunos insectos. Sobre el agua hay bichos que vuelan a baja velocidad, y de nuevo pienso, éste es un día más en el paraíso, qué importa si escribo o no lo que veo, después de todo ¿habrá alguien que lo lea?
Qué importa; si de ilusiones y sueños también se tejen historias.
Me he alejado de la rutina y me he acercado a los dominios de alguna fuerza divina, y eso es bueno. Salud para todos.
“Tengo que admitirlo, todo ha mejorado desde que estás a mi lado”
Lennon/McCartney
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