La vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea
Por: Saúl Portillo Aranguré
"Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. Es una de las enseñanzas del evangelio de hoy, domingo 3 de agosto; ante una solicitud algo extraña de un hombre que le pide intervenga Jesús, para que su hermano reparta la herencia con él, de seguro era el hermano menor. En esos tiempos, el pueblo de Israel, tenía en las leyes que apodaban “de Moisés”, temas ceremoniales y civiles; algunos escribas ayudaban a resolver ese tipo de problemas. Jesús, quiere ir más allá, denunciando la codicia que domina, más importante que los derechos de cada uno; explicando que no podemos anclar la felicidad a lo material, todo es pasajero y cuando muramos, nada nos llevaremos de este mundo, sólo las acciones realizadas con y por amor. La parábola que Jesús cuenta dice:
“Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”. (cfr. Lucas 12,13-21)
LA LEY DE DIOSAtender los problemas de violencia y del mal desde las causas, tenemos esta ley moral en la sagrada escritura, que requerimos recatequizar en la iglesia y volver a los mandamientos dados por Dios a Moisés, en el monte Horeb.
Entender que este decálogo forma conciencias, son advertencias del cuidado que hay que tener contra el mal, que genera vicios tan arraigados que, rompen con la esperanza y sobre todo la caridad a Dios, al prójimo y a uno mismo.
Permíteme regresar a la catequesis recibida previa al sacramento de la comunión. De los Diez Mandamientos, condenaban el daño generado por el deseo desordenado, en las siguientes cuatro leyes:
6. No cometerás actos impuros
Este mandamiento se refiere a los actos sexuales cometidos fuera del matrimonio: “Han oído que se dijo: 'No cometerás adulterio'. Pues yo les digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).
7. No robarás
Según el catecismo de la Iglesia Católica, el séptimo mandamiento prohíbe tomar el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes.
9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros
Este mandamiento, estrechamente ligado al sexto, está también destinado a proteger la fidelidad marital. En este caso, no se pone el foco en las acciones, sino en las emociones y pensamientos hacia el amor y la lealtad.
“El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,28).
10. No codiciarás bienes ajenos
Ligado a los pecados de la avaricia y la envidia, este mandamiento viene a recordarnos que no debemos desear bienes ajenos, ya que puede tener efectos nefastos en nosotros mismos. Este mandamiento prohíbe la codicia y el deseo desordenado de poseer lo que pertenece a otros, lo cual se considera la raíz de muchos males (cfr. 1 Timoteo 6,10).
«Donde [...] esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6, 21).
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICAEl catecismo, en su tercera parte, segunda sección, capítulo segundo, artículo 7, describe la avaricia como un deseo inmoderado de poseer bienes terrenos y como un pecado que atenta contra la justicia y la caridad. Se considera un vicio que corrompe la voluntad, inclinando el corazón hacia lo material y dificultando el amor al prójimo.
La avaricia no se limita a la posesión de grandes riquezas, sino que puede manifestarse en un apego desordenado a cualquier tipo de bien material, incluso a objetos de poco valor, impidiendo la generosidad y el desprendimiento. Se describe como una enfermedad del corazón que puede afectar a cualquiera, independientemente de su nivel económico.
La avaricia es un pecado capital, es decir “cabeza” de otros numerosos pecados, mismos que terminan generando los pecados mencionados anteriormente en la Ley de Dios. Si no observamos esto, correríamos el riesgo de un sufrimiento en esta vida y en la eternidad. Y para los servidores de la Iglesia, recuerden que Santo Tomás de Aquino, explica sobre pecados capitales espirituales; dice que “la avaricia espiritual es desear cosas espirituales por interés o por tener más, no por amor a Dios”.
HAY QUE ENTRAR MÁS AL CORAZÓNEntre los libros católicos más leídos del mundo, el número uno es la Biblia, el número dos es el libro del Beato Tomás de Kempis, “Imitación de Cristo”, un gran tesoro que tenemos en la iglesia. A lo largo de los siglos, se han realizado numerosas ediciones y traducciones, testimonio de su perdurable popularidad.
En este libro digno de leerse en capilla de adoración perpetua, en el libro primero, Capítulo 6, habla de los “Deseos Desordenados” dice:
“Cuando las personas sienten deseos desordenados de inmediato se inquietan. Los poderosos y los avaros nunca descansan; los sencillos y humildes de espíritu se sienten en paz, aunque estén rodeados de una multitud. Quien no tiene control sobre sí mismo pronto es tentado y vencido por cosas pequeñas y despreciables. Como enfermo del espíritu, quien se deja dominar por sus instintos y vive sólo para satisfacer sus caprichos, con dificultad puede abstenerse de los deseos, cuando se abstiene se pone triste y se indigna si alguien lo contradice”.
“Pero si consigue lo que desea el sentimiento de culpa le hiere y esa amargura no le sirve de mucho para encontrar la tranquilidad que buscaba. Resistiendo a las malas inclinaciones se adquiere la auténtica paz, no sometiéndose a ellas. No existe paz en el corazón de las personas que no tienen dominio de sí mismas ni en las dedicadas exclusivamente a las actividades externas sino en las entusiastas y espirituales”.
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