Por: Eduardo Sánchez
Este día en la región se habrán de recordar viejas heridas, como la muerte de integrantes del llamado Grupo Popular Guerrillero “Arturo Gámiz”, entre ellos Óscar González Eguirte, José Luis Guzmán Villa, Arturo Borboa Estrada, Juan Antonio Gaytán Aguirre, Guadalupe Scobell Gaytán y Carlos David Armendáriz Ponce.
Se les recordará en Esperanza y en Tesopaco, donde también son conocidos los nombres de Severo Zazueta, Salvador Gaytán, Felipe Pacheco, Fernando Salinas Mora, Juan Manuel Rodríguez, Pablo Reichel Bauman y otros miembros del Movimiento Armado Socialista que quizá algunos viejos sonorenses recuerdan.
Uno de los hijos de Reichel Bauman recuerda la captura de quien las autoridades de aquel entonces, hace más de 50 años, consideraban guerrillero junto con Vicente Chávez Carranza, “El Prieto”, Jesús Arturo Reichel Urroz, Raymundo Vivian Sosa, “Junior”, Ricardo Rodríguez Moreno y Rubén Machi Serrano.
Aquí el relato:
“Llegaron muy de mañana, casi en la madrugada. Los vecinos que dormían, de pronto escucharon ruidos no acostumbrados. Varios pelotones de soldados rodearon la pequeña vivienda ubicada en la calle Guanajuato, de Esperanza, Sonora. Varias camionetas fueron usadas como pertrechos de fortificación tanto hacia la calle Juárez, como hacia el bordo del canal. Sigilosos, soldados y civiles se habían apostado como si se prepararan para una batalla. Ocho de ellos, vestidos de civiles y armados con fusiles ametralladores ligeros irrumpieron sorpresivamente, golpeando la puerta lateral.
“Mi padre, cuya cama estaba a escasos dos metros, saltó poniéndose de pie, pero los intrusos se lanzaron contra él, inmovilizándolo y atándolo con las manos por la espalda; soltando una andanada de golpes, mientras preguntaban “¿Dónde están las armas y la propaganda comunista?”, acompañando la pregunta de adjetivos insultantes.
“Otros entraron a la habitación contigua donde mis hermanos despertaron sobresaltados. Varios de ellos jalonearon a Eliú, de 19 años, el mayor de todos, quien no lograba reponerse de la impresión. Lo ataron de igual forma y comenzaron a golpearlo por igual. Teresa, la mayor de las mujeres, de 16 años, abrazaba a los más pequeños que lloraban asustados, mientras varios intrusos la interrogaban agresivamente. Yo no me encontraba en la casa desde un mes atrás.
“Los agresores eran, algunos, miembros del 18 Regimiento de Caballería, al mando del capitán Mario “Chivo” Coronado; otros, agentes de la Dirección Federal de Seguridad y con ellos el capitán Velderráin, jefe de la Policía Municipal de Guaymas, Sonora, a quien un delator había proporcionado la información para destruir al Comando Guerrillero Sonora, del cual a Pablo Reichel Bauman, mi padre, señalaban como dirigente.
“Varios de los atacantes empezaron a buscar por toda la casa, en los cajones del escritorio, en un ropero, dentro de un viejo baúl, bajo los colchones de las camas; sin dejar ningún lugar sin revisar y apoderándose de cuantos papeles, libros, revistas, fotografías y armas encontraban. De una caja metálica dentro del ropero, uno de los “guaruras” sacó dos mil doscientos pesos, parte del pago que mi padre había recibido por su trabajo como perforador de pozos artesanos; se guardó los dos billetes de mil en la bolsa de la camisa y dejó los dos de cien en la caja. La señora Francisca Cano de Reichel observó el momento del hurto y protestó. El encubierto se sacó los billetes de la bolsa y los dejó donde estaban.
“Pablo Reichel era un hombre alto y robusto, por lo que uno de los agentes de la federal de seguridad, de baja estatura, tuvo que subirse en una plataforma para seguirlo golpeando. Los niños lloraban. Uno de los intrusos se acercó a doña Francisca y le dijo: “ni modo mi señora. Somos soldados y cumplimos órdenes”.
“Dentro de la casa se apoderaron de una escopeta muy vieja, una carabina winchester 44 y un revólver del mismo calibre; en el patio de la casa encontraron otras armas y comenzaron a llevárselas. Asimismo, una máquina de escribir, unas revistas “¿Por qué?” y manojos de cartas. Uno de los “guaruras” encontró unas cartas enviadas de familiares en Alemania a mi abuelo, de 1917, y dijo “es propaganda nazi”.
“Antes de sacarlos de la casa, les cubrieron la cara con camisas atadas. Afuera esperaban dos camionetas, una verde y otra roja y un auto sedán, en el que se fueron”.
Este día, los integrantes del comité organizador del homenaje habrán de dar más detalles sobre este suceso histórico que quizá las nuevas generaciones desconozcan, pero que no por ello se ha borrado de la historia de Sonora.
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