Por: Eduardo Sánchez
Esta madrugada me desperté de súbito. Al abrir los ojos mi habitación estaba a oscuras. Estiré la mano para prender la lámpara del buró como cientos de veces lo he hecho; en cuanto la encendí pude ver todo a mí alrededor. Vi cada uno de los detalles de las cosas que tengo en mi cuarto; una vieja pintura de caballos, la imagen del Corazón de Jesús que compré en una kermese, libros, discos, adornos y demás enseres propios de una recámara, y fue en ese preciso momento, en esos segundos entre la oscuridad y la luz, que me di cuenta lo dichoso que somos la mayoría de nosotros. Tengo una lámpara que encender, lógicamente porque contamos con energía eléctrica, pero sobre todo, tengo un par de ojos que me permiten observar el mundo; ver los colores, los volúmenes, las texturas, las distancias y todo cuanto se puede ver.Me levanté de la cama y me dirigí al refrigerador para servirme un vaso de agua, al abrirlo observé algo de comida. Después fui al baño, oriné y le jale, pero, en mi cabeza, algo se había terminado de gestar: soy afortunado. También revaloré que tengo un techo, un refrigerador, agua corriente, comida, baño, un par de riñones trabajando; un hogar.
Todo esto les podrá parecer simple y sin sentido, pero para mí, el despertarme esta madrugada, me marcó la vida. Será que últimamente he visto tanta pobreza a mí alrededor. Miles de personas que viven a unos cuantos metros de mí, viviendo en la miseria. Sin un baño cómodo, sin algo que comer, sin aire acondicionado, con unas calientes láminas por techo, con algún problema de salud, sufriendo para pagar el agua cada vez más cara, sin un lecho confortable, sin una lámpara, sin un buró, y quizá, sin un par de ojos.
Cuando por fin amaneció y salí al patio, comencé a ver el mundo con nuevos ojos; ahora los pájaros cantaban más hermoso, las flores olían más dulce, mis manos sentían mejor. Comencé a agradecer tantas cosas recibidas por tanto tiempo; tantos bienes, tantas sonrisas; tanta belleza, tanta música; tantos suculentos platillos que han pasado por mi boca y mis ojos. Tantos libros maravillosos que han pasado por mis manos; tantas bendiciones y bondad recibida de tanta gente; ha sido mucho, al grado de pensar que, si mañana me faltaran, no tendría por qué quejarme, pues han sido tantos años de tanta fortuna, que mis dolores y problemas se han diluido con el paso del tiempo.
Ahora estoy agradecido. Estoy contento y espero que, así como siento estar satisfecho por tanta dicha, así, estén los demás. Quisiera que toda esa pobreza y ese temor que he visto en nuestra gente, sea el producto de unos ojos que sólo veían tristeza; de unos ojos que me engañaban. De no ser así, con mayor razón, seguiré estando agradecido de mi suerte, aun cuando otros pudieran sentir lástima por mí.