Por: Eduardo Sánchez
Los años pasaron lentamente desde que la pandemia del Covid-19 pegó al mundo enlutando a millones de familias, y desbastando la economía global, dejando a su paso una estela de hambruna, violencia, hastío y pobreza, y fue el mismo tiempo el que curó las heridas y poco a poco la gente se fue adaptando a lo que llamaron la “nueva normalidad”; que incluía una vida más virtual que real, un planeta en donde muchas cosas perdieron sentido en el nuevo mundo como los autos de lujo, los viajes de placer, las posesiones materiales inútiles, los paseos callejeros, los abrazos entre amigos, incluso pegó duro en las relaciones íntimas entre los amantes por temor a contagios, pues se sabía que el virus había llegado para quedarse y en cualquier momento podría rebrotar.La gente vivía temerosa en un universo lleno de incertidumbre, más que en ninguna otra etapa de la lo que conocían como civilización, que quizá se debiera a que nunca antes se había tenido tanta información vía redes sociales.
El crecimiento demográfico también se vio afectado desde que se complicaron las relaciones y la economía, a la vez por el temor constante de poder perder a los seres queridos en el momento menos esperado. Vivían encerrados y lentamente fueron perdiendo el color de la piel por falta de sol.
Los alimentos comenzaron a escasear, sobre todo los no básicos, y como la gente salía menos y había menos trabajo, también había menos producción y por ende menos contaminación y basura en el mundo. El aire volvió a estar puro y los océanos comenzaron a regenerarse, mientras que la misma incertidumbre fue convirtiendo a las personas en témpanos de hielo, apáticas, si de por sí ya eran un poco así antes de la pandemia, cuanto más ahora.
Pasó también que muchas personas que vivían en lugares del tercer mundo comenzaron a emigrar a países más ricos, lo que provocó que los países del primer mundo comenzarán a cerrar sus fronteras a la entrada a millones de emigrantes que a diario llegaban queriendo quedarse. El mundo se fue dividiendo; distanciando, desanimando y confundiendo. La vida era despreciada y había mucha gente que no dudaba en matar a otros pues de cualquier manera sobrevivir era cada día más difícil. La vida era cruel, qué importaba morir.
En cambio, había otro tipo de personas que deseaba de todo corazón que la humanidad sobreviviera, y hacían todo lo posible para darle sentido a la existencia…
Mientras eran peras o eran manzanas, una nueva pandemia atacó al mundo, y obligó a los que querían sobrevivir para asegurar la trascendencia del ser humano, que para mantener la vida había que comenzar y terminar el día cantando; y entre más gente abrazaras y estrecharas sus manos más posibilidades de librarla tenías. Había que reciclar a más no poder, viajar a conocer lugares distantes, leer y leer, orar por cada uno de los animales y el doble por los que fueras a tomar por alimento. Por cada árbol plantado, garantizabas horas de energía; más valía caminar y usar bicicleta que autos, así tuvieras que pasar por lugares con el olor de la muerte. El conocimiento y lo digital alejaron palas y picos, y guerras de odio, pues se trataba de construir un mundo real regido por la inteligencia emocional.
Era el año 2040.