Esta es una historia de esfuerzo y sacrificio de un hombre originario de Ciudad Obregón, quien se fue a vivir el “sueño americano”
Por: Oviel Sosa
Raúl Arturo Payán es un cajemense que hace diez años dejó la tierra que lo vio crecer, partiendo rumbo a Estados Unidos con el propósito de encontrar el llamado "sueño americano".
Con ilusión, deseos y convicción, viajó miles de kilómetros y llegó a un país que ofrece oportunidades de desarrollo económico. Sin embargo, alcanzar la meta por la que viajó le costó sudor, lágrimas, desvelos, así como perderse cumpleaños y celebraciones importantes.
El “sueño americano” no es fácil, y la vida pone pruebas y barreras que deben ser libradas y superadas.
“Se sufre, no es fácil, tienes que trabajar. Estados Unidos es un país de oportunidades, pero también es un país donde pierdes muchas cosas”, expresó Raúl Arturo, oriundo de Ciudad Obregón.
El joven encontró en la unión americana "billetes verdes", pero a un precio alto, golpeándolo emocionalmente al grado de pensar en rendirse. Sin embargo, a miles de kilómetros, respiraba hondo, se limpiaba las lágrimas y se levantaba para seguir adelante desempeñando múltiples trabajos.
“He trabajado de todo, como cocinero, barrendero, pintor, soldador, en la construcción. El trabajo fuerte siempre lo hace el latino”, manifestó.
Con el proceso migratorio, su escenario se volvió tormentoso, pues se le negó salir del país para visitar a su familia. Se perdió navidades, cumpleaños y celebraciones de Año Nuevo. La soledad se convirtió en su aliada, con la que convivió y lloró muchas veces. Pero no desistió; se limpiaba las lágrimas y se levantaba para trabajar de manera honrada, algo que siempre le inculcó su padre.
Pasaron cinco años, en los que en dos ocasiones le negaron los papeles, pero con esfuerzo, temperamento y perseverancia, recibió el documento que lo acreditaba para vivir de manera legal y con ello, poder ingresar y salir del suelo estadounidense.
Ese momento lo llenó de orgullo, pues fueron los años más amargos de su vida, alejado de su familia, sin poder verlos, tocarlos ni sentirlos, solo con mensajes y llamadas que le brindaban energía.
“Mi ‘apa’ me decía: no te rindas, y al escucharlo me quebraba y lloraba”, recordó emocionado.
El día llegó y obtuvo su acreditación. Lo primero en lo que pensó fue en regresar a su tierra y ver a su familia. Viajó durante horas y recorrió miles de kilómetros. Al ingresar a Ciudad Obregón, su corazón se aceleró tanto que parecía que se le saldría del pecho.
“Al ver las letras de Ciudad Obregón grité de emoción y lloré como un niño, porque le había dicho a mi carnal que algún día volvería a pasar por ese lugar”, comentó con orgullo.
Conforme avanzaba, la casa y el barrio que lo vieron crecer estaban más próximos. Lloraba de alegría y sentimientos encontrados. Al llegar, su familia lo esperaba con ansias. Raúl abrazó a su mamá y a su papá, a quien deseaba desde el fondo de su alma tocar, pues en su estancia en Estados Unidos se enteró que su padre padecía una enfermedad.
“Me bajé, lo abracé y le dije: ‘Te extrañé mucho, por mucho tiempo esperé este momento’. Lo besé, lo abracé y lo olí”, compartió, con lágrimas en los ojos.
Las emociones estaban a flor de piel, pero Raúl Arturo también tenía una potente y majestuosa sorpresa. Orgulloso de su padre, le trajo un regalo que siempre había anhelado: una flamante camioneta. Su papá se subió y lloró de emoción.
Su estancia en Obregón lo reinventó. Ver, abrazar y convivir con sus padres, hermanos, familia y amigos lo alimentaron de dicha y felicidad. Al partir de nuevo a Estados Unidos, se sentiría pleno, pues ahora se pasearía por las calles de la unión americana con la frente en alto, porque gracias a su constancia y perseverancia, cuenta con la green card.
“Estoy orgulloso de dónde vengo. No dejemos de soñar, no dejemos de luchar, de trabajar y de ser personas de bien, pues tarde que temprano todo nos da frutos”, finalizó la entrevista con una sonrisa en el rostro.
Ahora, Raúl Arturo tiene la confianza de que en cualquier momento puede regresar a ver a su familia, algo que le da tranquilidad. Su historia es una de lucha, sacrificio y éxito. Ya no es barrendero ni cocinero. Su dedicación le rindió frutos y abrió su propio taller de soldadura, al que le puso su nombre, en Phoenix, Arizona. Con orgullo, se pasea por allí, siendo un cajemense que alcanzó su "sueño americano".