Por: Eduardo Sánchez
Erika se para sobre el terreno soleado y ve muchas, muchísimas piedras. En el pedazo de suelo que le pertenece, la idea que le ronda la cabeza le parece complicada, pero no imposible. “¿Un huerto en medio del desierto y el mar?”, se pregunta. Entonces toma la pala, pico, azadón y cernidor. Y encontró su respuesta cuando empezó a abrir la tierra.
Erika Barnett tiene 31 años y es una mujer cmiique, originaria de Punta Chueca, Sonora, territorio de la Nación Comcáac, quien, junto a su familia, es la creadora de un pequeño paraíso lleno de comida colorida y fresca: un huerto orgánico que jamás fue pensado para enfrentar una crisis alimentaria en medio de una contingencia mundial.
“Somos gente del desierto”, explica, “nuestra gente es cazadora y recolectora; no somos gente de agricultura? de hecho, alguien mayor le dijo a mi papá que no cree esto, que tengamos un huerto y que de ahí saquemos nuestras propias verduras.
Se les hace increíble: desde que inicié y subí fotos a mi Facebook, algunos se animaron a hacer su pequeño huerto y, cada vez que brota algo, una semilla, me mandan una foto para que yo vea que también están intentando; eso me da mucho gusto, porque quiere decir que están comprobando que nuestra tierra sí sirve”.
El Huerto Socaaix -nombre oficial de Punta Chueca en lengua cmiique iitom- inició tres años atrás, como un espacio chiquito en el terreno de la familia Mellado Barnett, ubicado al final de un caminito entre una escuela y el panteón del pueblo, a unos diez metros de su casa.
Erika y su esposo Alberto compraron algunas semillas con recursos propios y comenzaron a limpiar, cernir y alimentar la tierra, tarea en la que, más tarde, se involucraría la familia extensa: abuelos, hermanos, cuñados y sus dos hijos pequeños.
“Quien pueda, ya sea en las tardes o en las mañanas, viene a ayudar a regar”, contó Erika. “Sembramos calabacitas, rábanos, betabel, zanahorias, chiles, tomate cherry, bola y saladet; maíz, acelga, lechuga orejona y romana, apio. Todo es muy bonito y colorido; en las tardes, a veces venimos todos y nos sentamos a platicar”.
Pero los más interesados en que el huerto se mantenga bonito, son Sennel -o Mariposa, en su lengua materna- la hija mayor de Erika y Alberto, de siete años, quien además de una agricultora en proceso, es una excelente fotógrafa; y Adrián, el hijo más pequeño, de cuatro años y un entusiasta de la cosecha de tomates a mano, con una canasta.
“Para mí, es muy relajante regar”, dijo Erika, “pero otra cosa que me hace muy feliz es ver cómo mis hijos van aprendiendo sobre plantas, semillas y saben lo importante que es tener este huerto; a ellos les gusta mucho desde chiquitos.
Ya saben qué tipo de semillas son: de rábanos, de cilantro, de tomate? mi niño chiquito encuentra una semilla por ahí, me la trae y me dice: “mamá, toma, siémbralo; apenas tiene cuatro años”.
Alberto, también un hombre cmiique, es ingeniero en Pesquerías y se ha dedicado por años a temas de conservación ambiental, mientras que Erika aprendió por puro gusto e interés, viendo videos de YouTube. Su sueño es estudiar Ecología o Biología.